Con un crucifijo en la mano y mandando a su propio pelotón de ejecución, el general Antonio Escobar (Ceuta, 1879) murió en el Castillo de Montjuïc de Barcelona un amanecer de febrero de 1940. El mismo piquete que le acababa de matar rindió a continuación honores militares a su cadáver. De poco sirvió que algunos cardenales hubieran intercedido para evitar su muerte: el dictador Francisco Franco ordenó personalmente su asesinato.
La historia de este hombre católico y conservador contiene todas las contradicciones en las que se vieron inmersos una parte de los ciudadanos de este país durante la Guerra Civil. Fue hijo, hermano y padre de militares. A pesar de ser un hombre de derechas, luchó en el ban
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