El otro día tuve que llamar por teléfono a la Guardia Civil después de oír tiros de escopeta donde no hay un coto de caza legalmente establecido ni tampoco existe en la zona un campo de tiro al plato, club deportivo de tiro olímpico ni nada que se le parezca.
Al segundo tono de llamada me contestó un agente al que le expliqué lo que pasaba y apenas treinta segundos después, mientras seguíamos hablando, estaba dando aviso a la patrulla para que fuera al lugar indicado.
No habían pasado tres o cuatro minutos desde la llamada cuando llegó la pareja de la Benemérita a donde había sido requerida su presencia para comprobar si tal vez se trataba de una falsa alarma porque los tiros eran de una escopeta de juguete muy realista o procedían de un detonador con gas de estos que se usan para ahuyentar al jabalí y a otros animales salvajes de los cultivos.
En el sitio de los disparos comprobaron si la llamada era una alerta aparente pero sin peligro o, por el contrario, algún cazador furtivo y sin licencia de caza había salido a deshoras en busca de la presa o en alguna casa se estaban solucionando los problemas al estilo de Puerto Hurraco en los años noventa.
Pero pudieron averiguarlo porque detrás del teléfono 062 había un señor que dio la orden de salir a otros dos señores y no una máquina de las que esta cuadrilla pretende implantar en zonas rurales para sustituir a la Guardia Civil. Y en la calle, a las puertas del cuartel, había un coche patrulla 4x4 de más de 200 caballos y motor diésel al que no se le acaba la pila en medio de una persec
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