Yo ya sabía que tenía que sacar el arma
Luis N. Villaveiran
Lo que ignoraba Juan es que los familiares del detenido le habían perseguido hasta la comisaría y, desde la puerta, le amenazaban con la llegada del hermano más violento. "En ese momento, yo ya sabía que tenía que sacar mi arma", cuenta sobre un clan que un mes antes ya se había enfrentado a cuchilladas con la Guardia Civil.
Varias patadas retumbaron en el edificio hasta que una reventó la hoja de aluminio y cristal que hacía de barrera de entrada a las dependencias policiales. Con un ojo en el detenido y otro en la puerta, Juan desenfundó su pistola reglamentaria, dispuesto a lo que fuera para cumplir con su deber y defender a su custodio.
Juan tenía claros sus derechos y obligaciones como policía. Le había costado mucho sacar la plaza, así que era muy escrupuloso en el cumplimiento de las reglas. Siempre llevaba consigo una pequeña cámara para acumular pruebas de todas las acciones en las que se viera implicado. Sus compañeros y familiares le decían que era un 'flipado' por ir con varios cargadores y con la cartuchera modificada para desenfundar rápido. En las comidas de Navidad era el primero en defender el uso de la pistola para responder a los ataques perpetrados con cualquier tipo de arma.
Y, entonces, lo vio.
En la mano izquierda de su agresor no había una pistola, ni un cuchillo, ni un machete, bate o cualquier tipo de instrumento categorizado como arma en su definición estándar.
No, el delincuente portaba una lasca de cristal. "La palabra proporcionalidad me vino a la mente de inmediato", recuerda.
Y con esa palabra le asaltaron las dudas y una sucesión innumerable de pensamientos: de la preocupación de que se rompiera el cristal y desapareciera 'el arma del delito' al miedo a que un disparo rebotase dentro de la comisaría e hiriera a quien no debía...
En definitiva, a las consecuencias judiciales de la acción de disparar. Guardó su arma.
Luis N. Villaveiran
Con las pulsaciones todavía a mil por minuto, tras un esfuerzo sobrehumano para detener a un delincuente habitual de Puerto Serrano (Cádiz) que incluyó persecución y pelea a puñetazos, el policía municipal Juan Cadenas entraba al fin en las dependencias de una antigua estación de autobuses reconvertida en comisaría.
"Me sentía con la sensación del deber cumplido porque había conseguido quitar a un tío peligroso de la calle", recuerda.
Varias patadas retumbaron en el edificio hasta que una reventó la hoja de aluminio y cristal que hacía de barrera de entrada a las dependencias policiales. Con un ojo en el detenido y otro en la puerta, Juan desenfundó su pistola reglamentaria, dispuesto a lo que fuera para cumplir con su deber y defender a su custodio.
Juan tenía claros sus derechos y obligaciones como policía. Le había costado mucho sacar la plaza, así que era muy escrupuloso en el cumplimiento de las reglas. Siempre llevaba consigo una pequeña cámara para acumular pruebas de todas las acciones en las que se viera implicado. Sus compañeros y familiares le decían que era un 'flipado' por ir con varios cargadores y con la cartuchera modificada para desenfundar rápido. En las comidas de Navidad era el primero en defender el uso de la pistola para responder a los ataques perpetrados con cualquier tipo de arma.
Y, entonces, lo vio.
En la mano izquierda de su agresor no había una pistola, ni un cuchillo, ni un machete, bate o cualquier tipo de instrumento categorizado como arma en su definición estándar.
No, el delincuente portaba una lasca de cristal. "La palabra proporcionalidad me vino a la mente de inmediato", recuerda.
Y con esa palabra le asaltaron las dudas y una sucesión innumerable de pensamientos: de la preocupación de que se rompiera el cristal y desapareciera 'el arma del delito' al miedo a que un disparo rebotase dentro de la comisaría e hiriera a quien no debía...
En definitiva, a las consecuencias judiciales de la acción de disparar. Guardó su arma.
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